- Introducción
- El título. El "máshál" hebreo
- Contenido
- División
- Autor, fecha y método de composición
- Doctrina religiosa
- Doctrina dogmática
- Doctrina moral
- Inspiración y canonicidad
- Texto y versiones
Introducción
El título. El "máshál" hebreo
El libro de los Proverbios lleva en el texto hebreo el título Mislé Selomo, que la versión de los LXX han traducido por ?a???µ?a? Sa??µ??t??, y la Vulgata Líber Proverbiorum. La tradición cristiana en su liturgia ha designado este libro, como los otros estrictamente sapienciales, con el de Sabiduría de Salomón. Sólo cuando esta denominación se reservó para el libro que hoy intitulamos con ella, se dio al libro de los Proverbios su actual título, que responde al hebreo, tomado de Pr 1, 1.
Proverbio es una breve sentencia que, generalmente bajo una imagen o comparación, recoge una observación interesante, a veces curiosa; casi siempre un consejo útil para la vida práctica, cuya inteligencia exige frecuentemente atenta reflexión. Forma de sabiduría popular que se encuentra en todos los pueblos, cada cual tiene su refranero, especialmente en los orientales. Alguien la definió "sabiduría de muchos e ingenio de uno", que supo expresar aquélla en su forma proverbial.
Pero el máshál hebreo tiene una significación más amplia y una dimensión más religiosa que nuestro proverbio. Etimológicamente implica la idea de semejanza, comparación; como éstas eran cultivadas especialmente por los sabios, máshál vino a designar cualquier escrito sapiencial, sobre todo si en ellos se empleaban expresa o tácitamente aquellas figuras literarias. Así se aplicó a la parábola, a los oráculos de Yahvé expresados por medio de imágenes, a los vaticinios de Balaam; incluso a poemas satíricos contra los falsos profetas, contra los ricos opresores. En cuanto a su dimensión religiosa, una séptima parte de los contenidos en proverbios encierran enseñanzas de orden dogmático o moral. Los demás son meras reglas de prudencia humana. Pero, si consideramos el libro en su conjunto, se adivina en la mente del autor sagrado un fondo religioso, unos principios morales, entre los que sobresale el temor de Dios, que informan todo el libro. De ahí que los judíos, no obstante el carácter profano de muchos de sus proverbios, consideraran siempre el libro como inspirado, y sus sentencias llenas de sabiduría y autoridad.
La forma literaria de los proverbios es poética, que facilita su retención en la memoria, comparativa -a veces hiperbólica-, muy apta para enseñar e impresionar las mentes sencillas del pueblo hebreo, en dísticos antitéticos casi siempre, cuyo contraste pone más de relieve la idea que se quiere inculcar. Todo lo cual hace de las páginas de los Proverbios una de las lecturas más amenas de la literatura antico-testamentaria.
El estilo proverbial no es exclusivo de Israel. Se encuentra en el Oriente. En el comentario aludiremos a la sabiduría de Ahikar, de Asiría, que debió de escribir en el siglo VII y bajo cuyo nombre nos han llegado muchas colecciones de sentencias. Citaremos también sentencias de Amen-en-ope, alto funcionario de Egipto que vivió entre los años 1000-600, cuya semejanza con las de Proverbios hace pensar en la dependencia de éstas respecto de las del sabio egipcio, si es que no dependen ambas de una fuente común.
Contenido
Proverbios contiene un maravilloso conjunto de máximas sobre la sabiduría divina y la humana, que hacen del libro un precioso manual de conducta que enseña el arte del buen vivir. Pues, como observó San Basilio, contiene la ordenación de las costumbres, la enmienda de las pasiones, enseñando en brevísimas advertencias todo aquello que hay que hacer o hay que evitar.
Su contenido más importante lo encierran los capítulos 8-9, en los que el autor hace un cumplido elogio de la sabiduría divina, señala su origen y excelencias y describe sus efectos maravillosos en la creación. Añade una apremiante exhortación a su búsqueda y a regir la vida por los principios que de ella dimanan.
Los demás capítulos contienen sentencias de orden moral y humano de dimensión universalista. Para toda virtud tiene su recomendación, especialmente para el principio de todas ellas, que es el temor de Dios, y para todo vicio su reproche, particularmente para el libertinaje, la injusticia, la ociosidad, la ira y el odio. Todas las diversas clases de hombres encuentran en el libro consejos adecuados a su profesión: los reyes, los jueces y los magistrados, los que tienen negocios y los que carecen de ellos, los amigos y los enemigos, los jóvenes y las personas de edad madura; se regulan incluso las relaciones entre los padres y los hijos, los hombres y las mujeres,, los señores y los siervos. Y en todos los aspectos de su vida, religioso, moral, político, social, con sus circunstancias concretas, señala la norma práctica a seguir dictada por la sabiduría.
El fin, por consiguiente, que se ha propuesto el redactor en su obra es el enseñar a los hombres de toda clase y condición, y en todas las circunstancias de su vida, la ciencia y el arte del buen vivir. Es decir, las enseñanzas de la Sabiduría, que se refleja en la creación y en la ley de Dios, y que señalan los principios de conducta para una vida recta y feliz y las normas concretas de prudencia y discreción, de disciplina y corrección, precisas para obrar con rectitud moral y asegurar el éxito en las diversas empresas y negocios de la vida (en la mente del autor la virtud es premiada en este mundo). El arte de vivir sabiamente consiste, por tanto, en el cumplimiento de las instrucciones de la sabiduría, en la observancia de los mandamientos. Y como a esto se llega por el temor de Dios, de ahí la repetida enseñanza del sabio de que el temor de Dios es el principio de la sabiduría, y en este sentido la sabiduría misma; "el temor de Yahvé, dice el libro de Job, ésa es la sabiduría; apartarse del mal, ésa es la inteligencia". Véase comentario a Pr 1, 1-7.
División
La división del libro apenas podría hacerse en razón de su contenido, ya que los diversos temas se tratan en las diferentes partes del mismo. Puede, en cambio, hacerse fácilmente si atendemos a los distintos autores a que el mismo texto atribuye secciones de proverbios y al estilo que caracteriza a cada una de éstas. Teniendo en cuenta estos factores, proponemos la división siguiente:
Prólogo (Pr 1, 1-7).- Presenta el título y argumento del libro.
I. Exhortación a conseguir la sabiduría (Pr 1, 8-Pr 9, 18).- Amplia introducción al libro, en que su autor, anónimo, en estrofas de unos diez versos, invita al estudio de la sabiduría, haciendo su elogio y poniendo de relieve sus frutos. Pone en guardia, especialmente a los jóvenes, de los peligros de corrupción que apartan de ella.
II. Primera colección de proverbios de Salomón (Pr 10, 1Pr 22, 16).- Comprende 373 sentencias, que el mismo texto atribuye al rey sabio, expresadas en paralelismo antitético la primera parte de la colección (Pr 10, 1-Pr 15, 33), sinónimo la segunda (Pr 16, 1-Pr 22, 16). Señalan normas de conducta para practicar las virtudes y evitar los vicios.
III. Dos colecciones de sentencias de los sabios (Pr 22, 17-Pr 24, 34).- La primera colección comprende 38 sentencias; la segunda, solamente seis, distribuidas en dísticos o estrofas de varios versos, de paralelismo sinónimo. Exhortan a la justicia con el prójimo, a evitar la intemperancia, a vencer la pereza dadas sus consecuencias.
IV. Segunda colección de proverbios de Salomón (Pr 25, 1-Pr 29, 27).- Más breve que la primera, presenta 127 sentencias, recogidas, dice el texto, por los varones de Ezequías. De gran parecido con aquélla, contiene bellísimas comparaciones y antítesis sobre el rey, el loco, la pereza, la vida del campo, que hacen de esta sección uno de los fragmentos más hermosos del libro.
V. Proverbios de varios autores (Pr 30, 1-Pr 31, 9).- A Agur, personaje desconocido, se atribuyen las sentencias de Pr 30, 1-14, y a Lemuel las de Pr 31, 1-9. Unas y otras en tetrásticos (estrofas de cuatro esticos). Agur exalta la palabra divina y la áurea mediocridad; Lemuel consigna consejos que le dio su madre para ponerlo en guardia frente al vino y las mujeres.
Entre ambas breves colecciones se intercalan, sin consignar su autor, unas sentencias "numéricas" (Pr 30, 15-33), forma literaria muy del gusto de los orientales. Los tres grupos de sentencias difieren notablemente por su tono y forma de las precedentes colecciones.
Epílogo. Elogio de la mujer fuerte (Pr 31, 10-Pr 31, 31).- Termina el libro con un bellísimo poema alfabético, de paralelismo sintético, en que un autor anónimo hace el elogio de la mujer como esposa, madre y ama de casa.
La presente división sigue el orden del texto hebreo, del cual difiere el de los LXX. Estos colocan los proverbios de Agur (Pr 30, 1-14) después de la primera colección de los sabios (Pr 22, 17-Pr 24, 22), y las sentencias anónimas de Pr 30, 15-33 y los proverbios de Lemuel (Pr 31, 1-9) después de la segunda colección de los sabios (Pr 24, 23-34).
Autor, fecha y método de composición
Los diversos autores indicados y las diferencias de estilo señaladas anteriormente indican que la cuestión del autor y fecha de composición de los Proverbios tiene que ser tratada respecto de cada una de las diversas secciones en particular. Seguiremos el orden precedente.
1. El prólogo y exhortación introductoria.- El título de la sección segunda, "Proverbios de Salomón," indica que ésta que le sirve de introducción no es del rey sabio. Hay indicios para pensar que es de época bastante posterior a él. Las exhortaciones desarrolladas en amplias estrofas en distinción a los aforismos sueltos de la época salomónica, la personificación de la sabiduría en los capítulos Pr 8, 1-Pr 9, 18, la revelación antico-testamentaria respecto de ella, suponen una tradición sapiencial que tiene ya un largo pasado. También el ambiente social que reflejan estos capítulos no es el de la edad de oro del rey Salomón, sino que se pronuncian por una época de agitación política y social y decadencia moral profunda, que evocan los días que precedieron al destierro o la época persa. Como, por otra parte, el autor desconoce la retribución del más allá, que no encontramos hasta los escritos del siglo V, parece que la introducción a los Proverbios fue compuesta durante el siglo IV.
2. Las colecciones salomónicas.- El libro atribuye las secciones segunda y cuarta al rey Salomón. Indicios internos y referencias externas prestan fundamento suficiente para atribuir al gran rey estas dos colecciones, que constituyen, en consecuencia, la parte más antigua del libro. La forma literaria, dísticos sin ilación de unos con otros, arguye un tiempo muy temprano de composición, ya que la forma más antigua de las sentencias parece haber sido la corta, el proverbio de una sola línea. Su contenido empírico, simples constataciones de la vida cuotidiana, nos dice que nos encontramos todavía en los orígenes de la literatura sapiencial bíblica.
Las mismas sentencias relativas a la realeza dejan entrever que han sido compuestas en los días gloriosos de la monarquía.
Esto confirma los datos externos. Los libros sagrados mismos nos hablan de la sabiduría proverbial de Salomón. El libro I de los Reyes dice que pronunció tres mil proverbios. El libro de la Sabiduría refleja la impresión que causó su sabiduría, y el Eclesiástico pone de relieve la admiración que suscitaron sus proverbios. Tal vez éstos se transmitieron primero oralmente y sólo más tarde fueron consignados por escrito, como debió de ocurrir con los de la segunda colección recogidos por los sabios de la corte de Ezequías. Dado que este procedimiento literario fue cultivado en Oriente ya antes de Salomón y gozó siempre del agrado popular, no hay dificultad ninguna en admitir que en los días del gran rey fuese también utilizado en Israel.
Salomón es, sin duda, el autor de un buen número de las sentencias contenidas en ambas secciones. No se excluye, claro está, la posibilidad de que algunas sean adiciones posteriores, a que tan fácilmente se presta este género de colecciones. Más aún, el parentesco de algunas de ellas con el Deuteronomio y los escritos profetices dan a entender que son de autores más recientes.
3. Las colecciones de los sabios.- El texto las atribuye a los sabios. Las dos presentan gran parecido en su forma y pensamiento, por lo que se concluye pertenecen a la misma época y son producto del mismo círculo de sabios. Quiénes sean éstos y en qué tiempo escribieron, no es fácil determinarlo, ya que nada nos dicen sobre ello las fuentes bíblicas ni tenemos noticia alguna por otras fuentes. El léxico y las formas aramaicas, la disposición en estrofas de cuatro, cinco o más versos, que la distingue de la sección precedente y la asemeja a la introducción; la ética interior y profunda, que supone un grado avanzado de reflexión; la probable dependencia de fuentes extranjeras (véase el comentario a esta sección), indicarían como fecha más probable de composición la época posterior al exilio, pero probablemente por autores diferentes al de la sección introductoria, dada la notable diferencia de ambas secciones en cuanto a su estructura y material.
4. Las colecciones de varios.- El texto atribuye la primera (Pr 30, 1-14) a Agur, la tercera (Pr 31, 1-9) a Lemuel, y presenta anónima la segunda (Pr 30, 15-33), sin indicación alguna sobre fecha de composición. De Agur y Lemuel sólo sabemos que fueron de la ciudad de Mesa -¿dos israelitas que vivían fuera de su patria? ¿dos extranjeros adoradores de Yahvé?-, si es que esta expresión no designa el género literario de lo que sigue (oráculo, vaticinio). En cuanto a la fecha de composición, los arameísmos, la forma tetrástica, su contenido y el lugar que ocupan en el libro quizá indiquen también para estas colecciones como fecha más probable la posterior al destierro. El agnosticismo de Agur recuerda al Eclesiastés. La forma rndshál de las sentencias anónimas no decide nada, pues se encuentra en toda literatura hebraica desde Amos hasta el Eclesiástico.
5. El elogio de la mujer fuerte.- Nos es desconocido el autor de este bellísimo poema. El estilo, la forma alfabética, el ambiente moral que refleja, semejante al del prólogo, con su oposición entre la mujer sabia y fuerte y la mujer necia y adúltera; el lugar que ocupa en el libro, después de las secciones no salomónicas, parecen indicar que es el fragmento de más reciente composición. Pudiera ser del autor del prólogo o de un sabio de la misma escuela.
La composición del libro de los Proverbios en su forma actual tendría lugar de la siguiente manera. De las muchas sentencias de Salomón que se fueron transmitiendo de generación en generación, un autor de época tardía formó la primera colección salomónica, tal vez a base de pequeñas colecciones de proverbios del rey sabio, como sugieren los duplicados, con algunas adiciones o retoques suyos. A manera de apéndice se le añadieron las Sentencias de los sabios, que tanto en el TM como en los LXX aparecen después de ella. No sabemos por qué se la colocó antes de la segunda colección salomónica; tal vez llegó a manos del redactor final antes que ésta. Bajo el reinado de Ezequías se había formado la Segunda colección salomónica, que el redactor añadió a las colecciones precedentes con el título "También éstas son sentencias de Salomón" (Pr 25, 1). Como complemento añadió las pequeñas Colecciones de Agur y Lemuel y las Sentencias anónimas que aparecen diversamente colocadas en el TM y en los LXX. Finalmente, un último redactor, si no es toda la obra de compilación de uno solo, compuso la Exhortación a alcanzar la sabiduría como prólogo a toda la obra, y tal vez él mismo el Elogio de la mujer fuerte como epílogo. Esta obra del último redactor debió de tener lugar entre los años 500-300, quizá hacia la mitad del siglo IV, fecha, por consiguiente, de composición de los Proverbios en su forma actual. Bajo ella existía ciertamente cuando fue escrito el Eclesiástico (hacia el año 180), como aparece de la comparación de Pr 1, 6 con Si 47, 18.
Aparece claro que no todo el libro es de Salomón. Si la tradición se lo atribuyó en su totalidad, como también el Eclesiastés y la Sabiduría, la razón es siempre la misma. Salomón pasó a la posteridad como el rey sabio por excelencia, lo mismo que Moisés como el gran legislador de Israel, y David como el salmista por antonomasia. De la misma manera que el Pentateuco se atribuye a Moisés, aunque contenga leyes posteriores a él, y el Salterio a David, sin-que todos los salmos sean suyos, se atribuyen a Salomón los libros citados sapienciales, aunque no todo su contenido sea del rey sabio.
Doctrina religiosa
Advertimos, al tratar de su contenido, que el libro de los Proverbios no es un tratado dogmático, sino más bien una antología de sentencias; unas de contenido moral; otras, muchas más, observaciones y consejos de prudencia humana y sabiduría práctica. Hay, no obstante, unos presupuestos dogmáticos, fundamento de la moral, y no pocas verdades morales que dan al libro un tono religioso, aunque la mayor parte de sus sentencias sean más bien de carácter profano.
Doctrina dogmática
1. Dios.- Se supone admitido por todos el monoteísmo al no haber alusión alguna a la idolatría, que era desenfrenada en los días que precedieron al destierro. Yahvé, nombre con que se designa a Dios en el libro, ha creado el mundo con su sabiduría. Lo ve y sabe todo. Lo gobierna todo con su providencia, incluso las acciones y proyectos de los hombres, cuyos más íntimos secretos penetra. Es el dispensador de los bienes, autor del rico y el pobre; defiende la causa de éste y recompensa lo que en su beneficio se hace, y considera como insulto a sí mismo el que -contra el pobre se comete. A todas sus obras señala misión que cumplir. Yahvé es eterno e inmutable en sus designios.
Se afirma la bondad de Dios, que se complace en el justo y en sus caminos. Es misericordioso aun cuando castiga, lleno de bondad para los buenos que en El confían, de perdón para quienes confiesan su pecado. Pero se insiste mucho más en su justicia, como se verá al tratar de la retribución, que de ordinario aparece en la Sagrada Escritura acompañada de la misericordia. Dios, esencialmente justo, tiene como norma suprema de su conducta con los seres humanos, que es la justicia.
2. La Sabiduría.- La Sabiduría divina. El autor de los Proverbios afirma el origen divino de la Sabiduría, que está en Dios, de quien procede por generación; su preexistencia a todas las criaturas y la parte que tuvo en la creación de las mismas. Canta sus excelencias, declarando sus cualidades y los efectos maravillosos que realiza en el mundo. Es un don de Dios que se comunica a los hombres, con quienes ella tiene sus delicias. Tomando la palabra, cual persona viviente, invita a todos a seguir sus consejos; tenemos también aquí el universalismo de los profetas. La ley, a cuyo cumplimiento exhorta, sobrepasa la ley mosaica. Más bien que ella y las exhortaciones proféticas son las reflexiones humanas, iluminadas por la sabiduría divina, los principios de conducta que los Proverbios señalan.
La sabiduría humana comprende en los Proverbios varios conceptos, de orden especulativo unos, de orden práctico otros, íntimamente relacionados entre sí, cuya enumeración da la idea compleja de la sabiduría humana en el libro. Son éstos: la ciencia especulativa, que proviene de la revelación y la observación, y comprende el saber o posesión de la verdad, la agilidad mental, ingenio o perspicacia para entender las sentencias de los sabios y sus enigmas, las aptitudes didácticas, como la elocuencia, la gracia misma en el exponer, para comunicar a otros las enseñanzas de la sabiduría. La sabiduría es más veces la ciencia práctica que enseña a conducirse en las diversas circunstancias de la vida conforme a los postulados de la sabiduría, tanto en orden físico como en el orden moral. Y bajo este aspecto comprende la prudencia o discreción, que debe acompañar al hombre en todos sus actos; la sagacidad y destreza para desenvolverse con éxito en las empresas difíciles y delicadas. Pero la sabiduría bíblica es ante todo -es éste el aspecto en que más se insiste en el libro- la rectitud moral, que comprende la justicia, la probidad, la equidad, es decir, la práctica de todas las virtudes y huida de todos los vicios, y requiere disciplina y corrección. Principio y parte fundamental de esta sabiduría es el temor de Yahvé.
3. El ser humano.- Naturaleza, Tiene un cuerpo, creado por Dios, y un hálito vital, lámpara encendida por Yahvé que penetra hasta el fondo de las entrañas, principio de su vida intelectual y conciencia, que descubre su conducta moral. Su estado de ánimo influye en el cuerpo. Se le supone a cada paso dotado del libre albedrío, pues la sabiduría le promete premio o castigo, según que siga o no las sendas por ella trazada; a su vez, el hombre puede seguir sus consejos o hacer caso omiso de ellos, como suponen sus continuas exhortaciones a que los observe, a las que de hecho alguna vez ha faltado.
¿Inmortalidad del alma? Los autores de los Proverbios afirman la supervivencia de las almas. El hombre después de su muerte desciende al seol, morada de los muertos, representado como un monstruo insaciable que engulle a todos los vivientes cuando dejan de existir, situado en las profundidades de la tierra. Su vida allí, un estado de semiinconsciencia y sombras, es poco envidiable. Una afirmación expresa de la inmortalidad del alma, razón ontológica de esa supervivencia, no se encuentra en todo el libro. Algunos quieren verla en Pr 12, 28, donde el texto hebreo dice: "en la senda de la justicia está la vida, y el camino de su senda la no-muerte." Pero dicho texto es muy dudoso y las versiones dan un sentido diverso, preferible, que está de acuerdo con el pensamiento del libro: la senda recta lleva a la vida feliz; la tortuosa, a la muerte prematura. Con mucha frecuencia se afirma que la sabiduría confiere la vida (véase después a propósito de la retribución). Pero la perspectiva parece ser siempre terrena, de modo que "la idea de una inmortalidad ética, o fue desconocida para los sabios, o la consideran como algo sin importancia para la vida práctica" (Toy).
La retribución. Los autores de los Proverbios participan de la concepción tradicional de su pueblo: las obras buenas son recompensadas en esta vida y las malas reciben en ella su castigo. A la hora de la muerte, todos descienden al seol para llevar allí la vida antes indicada. El premio que se concede a los buenos es una vida larga, feliz y próspera, llena de honor y riquezas, y un buen nombre ante Dios y los hombres; el castigo de los malos es el deshonor, la desventura, la ruina y la muerte prematura. Hay algunos textos en los que parece haber una afirmación de la retribución en el más allá, pero son desde el punto crítico dudosos; las versiones dan lecciones diferentes y pueden sin violencia interpretarse de la retribución temporal. Las expresiones que encontramos en otros versos y que expresan bienes que otorga la sabiduría a quienes siguen sus consejos, "árbol de vida", "senderos de vida", "fuentes de vida", son demasiado indeterminadas para que puedan ser interpretadas de la retribución de ultratumba en un contexto en el que se trata de la temporal y en un libro en el que no hay texto otro alguno en el que se afirme aquella doctrina.
La experiencia clama contra la tesis tradicional: muchas veces los buenos son afligidos y los malos triunfan. Los autores del libro contestan que también los buenos precisan ser purificados, pues ninguno está del todo exento de pecado, y que sus tribulaciones pasarán. Por lo que a los malos toca, se contentan con amenazarles con los males antes mencionados cuando contemplan su triunfo. Pero aquella experiencia, tan frecuentemente repetida, debió de ir causando profunda impresión en sus ánimos, y tal vez sospecharon que no todo premio y castigo tenía lugar en esta vida y que no era idéntica la suerte en el más allá para justos y pecadores, si bien no hay afirmación alguna expresa sobre ello. Si los sabios hubieran conocido la inmortalidad bienaventurada o desventurada, habrían dado la solución al problema, a la vez que habrían tenido un más sólido fundamento, del que no habrían prescindido, para sus recomendaciones a la práctica de las virtudes y la huida de los
Doctrina moral
1. El temor de Dios es el principio de la sabiduría, en cuanto que lleva al hombre a la práctica de las virtudes, en que la sabiduría bíblica fundamentalmente consiste. Es, además, parte integrante y fundamental de la misma, porque la piedad para con Dios -eso viene a ser el temor de Yahvé- habrá de ser exigencia básica y primordial de toda auténtica sabiduría. Así constituye un deber moral fundamental del hombre para con Dios, que es fuente de vida y asegura el porvenir.
2. La práctica de las virtudes y la huida de los vicios. El ser humano debe esforzarse por conseguir la sabiduría siguiendo los consejos de los sabios. Ella, que en el orden natural proporciona una vida feliz, exige y recomienda para ello la práctica de todas las virtudes y la huida de todos los vicios. En particular exhorta a practicar la humildad y evitar el orgullo con expresiones que nos recuerdan las de Jesucristo en el Evangelio. Recomienda la diligencia para el trabajo y la huida de la ociosidad, que proporcionan, respectivamente, la abundancia y la ruina al hogar; la sobriedad en cuanto al vino y en los banquetes. Pone en guardia, especialmente en la primera sección, contra el trato licencioso con las mujeres impúdicas, que pone en peligro la paz familiar. Al inculcar la moderación en las riquezas y condenar la avaricia, enseña la áurea mediocridad: ni riquezas ni pobreza, sino un justo medio que le mantenga lejos de la soberbia y de maldecir a Dios.
3. Moral familiar. El matrimonio se supone monogámico, y se recomienda a los esposos la fidelidad conyugal como factor importantísimo para el bienestar familiar. La mujer buena es un honor para su marido y su corona, un inestimable tesoro que sólo Yahvé puede conceder. Su inteligencia (temor de Dios), mucho más importante que su belleza, asegura la prosperidad de la casa. La quisquillosa y de mal carácter, por el contrario, resulta inaguantable. Los padres tienen obligación de educar a sus hijos. Su educación constituirá una fuente de alegrías para ellos, tarea que corresponde también a la madre. Si para conseguirla es preciso, deberá emplear medios correctivos; quien entonces no los emplea no ama en realidad a su hijo. Los hijos a su vez deben respetar, obedecer y ser dóciles a los mandatos y enseñanzas de sus padres. Se condenan enérgicamente ciertas faltas que en los hijos para con sus padres resultan de todo punto detestables, como el robo, las injurias, los malos tratos. Los señores deben preocuparse del bien físico y del bien moral de los siervos y no deben acusarlos ante sus dueños, exponiéndolos a que les maldigan. Hay siervos inteligentes que merecen ser asociados a los hijos. Otros no obedecen sino mediante el castigo.
4. Relaciones sociales. Los sabios no se limitan a la moral individual y a la vida familiar, sino que dan también los principios y normas que deben informar las relaciones sociales entre los hombres en general y entre ciertas clases en particular. Aquéllas deben estar reguladas por la caridad y misericordia, recomendadas con expresiones que se acercan a las del Nuevo Testamento, si bien los motivos son todavía más o menos egoístas, y por la justicia, que se identifica con la rectitud y aparece en todas las páginas de los Proverbios. El hombre debe hacer el bien a los demás con prontitud, practicar las obras de misericordia, especialmente para con el pobre, incluso con el enemigo. Con los mismos animales deberá ser humano. Y debe evitar el devolver mal por mal, alegrarse del mal ajeno, despreciar a los demás, especialmente al pobre, lo que indigna al Creador. La justicia, que vela por los derechos de los hombres, exige la veracidad en todas las circunstancias; dar el peso y medida justas, la integridad en los jueces, frecuentemente corrompida por las dádivas. Y condena el poner asechanzas a la vida de los demás, cooperar al robo, la usura. Una de las cosas que recomiendan con más frecuencia los Proverbios es el buen uso de la lengua: la muerte y la vida están en su poder; cual sea el uso que de ella hagas, tal será el fruto. Es preciso decir la verdad y ser parco en el hablar, lo que es indicio de sabiduría, y evitar la chismorrería, la maledicencia, la calumnia y, sobre todo, el falso testimonio, que es severamente condenado.
Se señalan en particular las relaciones entre el rey y sus súbditos. El rey, que recibe de la Sabiduría las disposiciones necesarias para gobernar con acierto y cuya autoridad es necesaria para la buena marcha de los pueblos, ha de ser inteligente y prudente, bueno y fiel, no codicioso; ha de hacer reinar entre sus súbditos la justicia y el derecho, preocupándose de un modo especial de los pobres y humildes. Todo ello, más interesante que el número de los súbditos, hace estable su trono y da a los pueblos grandeza y prosperidad. Es preciso que el rey escoja como consejeros hombres inteligentes que sepan asesorarle en las circunstancias difíciles, como la guerra. Los súbditos harán bien en sentir un saludable temor hacia el rey que les evite actitudes que puedan provocar su ira. Su benevolencia es garantía de favores reales, pero su ira, dado que son señores de la vida y de la muerte, podía poner aquélla en peligro.
También para los amigos tienen sus normas los sabios. La amistad no es sólo para hacerse compañía, ni ha de tener como móvil los beneficios que las riquezas del amigo pueden reportar. Los amigos han de amarse sinceramente, en todo tiempo, y ser como verdaderos hermanos cuando las circunstancias lo exigen. No es fácil hallar tales amigos. Han de ser fieles a la amistad probada y encubrirse sus mutuos defectos. Hacerse mal es detestable.
Moral de los Proverbios y moral evangélica. Los sabios de nuestro libro no ignoraban motivos elevados y desinteresados que proponer a la conducta de sus lectores: el temor de Dios, la amistad y complacencia de Yahvé, el gozo y el honor de los padres, el bien del prójimo. Sin embargo, su moral está dominada por motivos egoístas y humanos: aprovecharse lo mejor posible de la vida sobre la tierra, obtener sus recompensas y evitar los males enumerados al hablar de la retribución. Quizá no se pudiera pedir más a quienes ignoraban los destinos del más allá y no les había sido revelada la religión que reclamaría como primera exigencia, junto al amor a Dios, el amor al prójimo como a sí mismo. Sería la revelación neotestamentaria la que por encima de todo motivo humano colocase la gloria de Dios, el bien de los demás, el bien propio moral en orden a la salvación y santificación de las almas para una eterna y celestial bienaventuranza.
Inspiración y canonicidad
Nunca hubo dudas respecto de la inspiración de los Proverbios, por lo que se le enumera entre los libros protocanónicos. El Eclesiástico alude, sin duda, a él en su prólogo -es el escrito sapiencial precedente que más se le parece-, y en Pr 47, 17, al hacer el elogio de la ciencia sapiencial del rey Salomón, menciona "los Proverbios" (?aß??µ?a?). Los judíos lo admitieron siempre en el canon de libros sagrados. El concilio de Jamnia, que tuvo lugar hacia el año 100 d. C., acabó con las controversias rabínicas -que más que sobre el carácter religioso del libro versaban sobre su uso litúrgico-, originadas por ciertas supuestas "contradicciones" y descripciones "inconvenientes", que explicó en razón de su oportunidad y dándoles una interpretación alegórica.
Los cristianos, al recibir corno texto oficial los LXX, aceptaron como inspirado el libro. El Nuevo Testamento lo cita algunas veces; alude otras a él, si no se trata de meras coincidencias. Como canónico lo consideraron también los Santos Padres y escritores eclesiásticos, que encontraron en él doctrina abundante para instruir a sus fieles. Teodoro de Mopsuestia parece no negó la inspiración del libro, sino que lo subestimó en atención a que sus proverbios parecen encerrar una mera sabiduría humana.
Respecto de la dificultad que pudiera provenir del carácter aparentemente humano -muchos de sus proverbios parecen dictados por la mera experiencia y el sentido común-, baste añadir a lo indicado a propósito del contenido la observación que frente a tales dificultades hacía Ricardo Simón: "Una cosa es la revelación, y otra la inspiración; la inspiración de un libro no ha de ser deducida de su contenido, sino de la revelación divina, que se nos manifiesta con toda certeza". La revelación tiene por objeto verdades desconocidas; la inspiración puede versar sobre cosas plenamente conocidas, a las que añade certeza divina.
Texto y versiones
1. El libro fue escrito en hebreo. El texto hebreo, mejor en la primera sección, tiene bastantes corrupciones, como revelan las correcciones marginales de la masora y las versiones, difíciles de evitar en esta clase de libros, en que numerosas expresiones se repiten muchas veces. Algunas de las corrupciones pudieran ser debidas a los escribas, correcciones voluntarias que suelen ser raras en los libros de contenido no teológico. En su mayor parte serían originadas por la mayor libertad con que los judíos trataban estos libros, que no consideraban tan sagrados y autoritativos como el Pentateuco.
2. La versión de los LXX, que debió de estar terminada por el año 130, en que el nieto de Ben Sirac componía su prólogo al Eclesiástico, es deficiente. El traductor no captó siempre el sentido del hebreo; tradujo a veces libremente, con perjuicio del sentido genuino del texto, para dar una traducción más suave, obtener una mejor antítesis o un pensamiento más adecuado. Contiene adiciones y paráfrasis que constituyen nuevos dísticos. Algunas podrían provenir de un texto más antiguo que el texto masorético, y sin duda indican que nuestro hebreo es una selección del mucho material proverbial que por entonces debía de correr. Omite también sentencias que se encuentran en el hebreo y en las demás versiones; pero el texto griego resulta algo más largo que el hebreo. En general da un texto más antiguo que nuestro hebreo, por lo que muchas veces proporciona elementos valiosos para la reconstrucción crítica del texto.
3. La versión latina, Vulgata, hecha por San Jerónimo del texto hebreo hacia el año 398 d. C., presenta muy pocas divergencias con el texto hebreo, por lo que ofrece poco material para su reconstrucción crítica. San Jerónimo mismo afirma que la hizo demasiado de prisa; la llevó a cabo en tres días, juntamente con la del Eclesiastés y el Cantar. Esto explicaría algunas variantes con el texto hebreo, debidas a una interpretación inexacta del mismo. Las adiciones que contiene provienen de los LXX a través de la Vetus Latina, que fue hecha del griego. Piensan algunos que se introdujeron con el correr del tiempo, obra de los copistas, que quisieron completar utilizando para ello los manuscritos de la Vetus Latina.